martes, 16 de noviembre de 2010

"Asturias, patria querida..." ESCUELAS VIAJERAS

A lo largo de la vida nos damos cuenta de que hay momentos que son claves para nosotros, que nos ayudan a crecer. Hemos conocido otras personas, lugares... nos hemos puesto a prueba en circunstancias nuevas. Hay un antes y un después. Ya no somos los mismos.

Eso es lo que nos ha ocurrido en Asturies desde el domingo 7 de noviembre hasta el sábado 13. Acabamos de llegar y aún no podemos dejar de pensar en este viaje. Sin quererlo nos vienen a la cabeza recuerdos y una sonrisa se nos dibuja en la boca.
Nuevos amigos de Málaga y Navarra (y con Salamanca: todos con A-A-A). Tímidamente los conocimos y al final no queríamos separarnos de ellos. Los dejamos con lágrimas en los ojos.

Sara, tranquila y animada nos llenaba los ratos libres de juegos; Natalia y Jony, grandes acompañantes y guías !Qué buena gente!; Amparo y Javier, como maestros nuestros de siempre. !Qué fácil ha sido gracias a ellos! Siempre dispuestos a ayudarnos. (Algunos conocieron los silbidos de Javier a las 8 de la mañana.)

Verdes y mojados paisajes subidos en un autobús (recuerdo los dibujos animados de "Correcaminos mec-mec y el Coyote").

La playa vacía, el olor a mar y algas, los barcos de colores amarrados, el compás de las olas y las gaviotas.


La iglesia de Luanco, de amplios porches que nos acogían de la lluvia mientras tomábamos un bocadillo.
Su torre del reloj, que un día fue cárcel y en otra época vigía.
Sus calles encharcadas y brillantes; las casas de pescadores pintadas del mismo color que sus barcas; el edificio azul celeste de la lonja o "rula" donde ahora sólo se subasta (de una manera especial: a la baja) marisco.
Los cocineros que fuimos por un momento: pizzas "al gusto"y galletas de mantequilla con ralladura de limón, que repartimos y llenaron nuestros estómagos golosos.

La lluvia, la tormenta y el viento de los primeros días. !Cómo tuvimos que engancharnos en una cadena humana para no caernos en el Cabo de Peñas y refugiarnos en su pequeño museo que tenía una salita cuadrada con techo de espejos que parecía un caleidoscopio.


Nuestras vecinas "les vaques"; ya nos gustaba su olor y decíamos : "estamos en casa" al regresar de las excursiones.

Los caballos que motamos y los libres asturcones de la sierra del Sueve, representados también en las calles de Oviedo.

La pequeña iglesia del siglo IX de San Julián de los Prados (Santullano) a las afueras de la capital.

La catedral de Oviedo dedicada al Salvador, con un impresionante retablo, que nos iluminaron. El museo de Bellas Artes que tan bien nos explicaron haciendo un recorrido por la historia de la pintura. Religiosa: un gran retablo que contaba en "viñetas" la vida de una santa y El Greco (los apóstoles). Pintura para reyes: Goya. Con la aparición de la fotografía: Sorolla y el Impresionismo. Picasso: "El mosquetero y un amorcillo". Por último una muestra de pintores asturianos como Evaristo Valle (con sus cuadros nos reímos).


Esculturas de Úrculo o Botero... como "El viajante", "La maternidad", "La Regenta", "Asturcones" o "El culo"; "Las vendedoras", "La Lechera", en medio de sus calles o plazas, mientras tocaban las campanas del Ayuntamiento "Asturias patria querida...".

Las galerías oscuras de la mina y el ruido del ascensor bajando a oscuras "600" metros. Nuestro miedo...

Las manzanas , el lagar y la sidra, dulce con castañas asadas del Magüestu, y después con fabes.

La montaña y el paseo por la ruta de las dos osas pardas hermanas, en Proaza. (A lo lejos ya divisamos las primeras nevadas.)


Los juegos populares: el aro, los bolos, la llave, la soga, las carreras para recoger mazorcas, la rana,... en una divertida tarde gris y templada.

También el sol. Unas veces entre nubes que luego rompían sobre nosotros, otras con cielo azul y calor, en el patio de un colegio donde bailamos y cantamos con todos.

Las locomotoras de vapor, diesel y eléctricas, en el Museo del Ferrocarril de Gijón.

El Acuario de Gijón que nos gustó por lo moderno, por su situación y por poder tocar estrellas de mar y erizos.

Y la inolvidable tarde del paseo por un sendero que bordeaba el mar sobre la playa de "La Griega" frente a Llastres en busca de las huellas de los dinosaurios sobre las rocas. El MUJA (Museo del Jurásico en Asturias) en un enclave mágico, rodeado de bosque, frente al mar.


El comedor del Instituto "Lluces" con mesas corridas, hules de cuadros amarillentos y autoservicio. Desayunos, alguna comida y cenas de cada día. !Qué bien nos han dado de comer las cocineras y el cocinero: calidad y cantidad! Generosos. Todos los días nos daban las bolsas con el almuerzo y la merienda.
Las habitaciones de la residencia con tres literas blancas vestidas con fundas nórdicas modernas y baños compartidos para cada dos habitaciones. Grandes ventanales.
El lugar de encuentro para antes y después de salir: "El Llugarín": juegos, mesas, sillas.. lugar de las presentaciones de cada comunidad.

Los gaiteros que, allí, en el llugarín, nos despidieron la última tarde.

Sólo podemos mostrar agradecimiento. No los olvidaremos. Hemos crecido. Ya no somos los mismos.

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